Adoptemos Una Estrella*

pastillas celestes, no sé qué escribir...

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21.10.12

"En nada, no pienso en nada", contestó, con un tono de voz ligero y espontáneo.
Nada ¿Acaso el arte de no hacer nada, nada que te importe, nada que se pueda decir o que tenga sentido?
Para algunos, una hoja en blanco, para otros, tan solo lo blanco.
Lo cierto es que yo estaba ahí, parada al lado suyo, intentando explicarle tantas cosas del corazón y de mis pensamientos más remotos; de lo que para mí era el todo.
 Pensé en ordenar las ideas para expresarlas con más claridad -alfabéticamente o de mayor a menor altura, con dos baldosas de distancia-, luego pensé en cambiar de tema, así, como quien no quiere la cosa; acotar algo del clima o de ese video tan gracioso que subieron a YouTube.
"Bueno, te voy a contar un secreto" dijo, acercando su boca y apoyando ambas manos en mi oreja.
Y entonces me dio un beso que resonó en cada una de mis dudas.

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19.4.11

Bueno, el asunto es más o menos así.
Cuando encuentro algo que realmente me gusta, algo que me sensibiliza, suele quedar merodeando por mi vida durante mucho tiempo; para ser más precisa y traducirlo a una medida exacta me refiero a una permanencia -tal vez- de "años". Allá por el 2005 (dije "dos mil cinco") encontré un texto escrito por un chico cuyo nombre real no recuerdo pero que se hacía llamar "Fred". Su blog se llamaba "Mondo García" . Afortunadamente fui precavida y decidí guardar esas palabras en un archivo .doc, costumbre que aún conservo para poder releerlas en el futuro y seguir sorprendiéndome. Intentaré contactarme con el autor de este texto, pero si no lo consigo y si por casualidad llegara a encontrar este espacio, me gustaría hacerle saber dos cosas,
1- que describió de una manera hermosamente cuidada un momento tan frágil como consistente, melancólico y real,
2- el amor es atemporal, eso no es una novedad. Pero creo que los blog's abrazan un poco ese sentimiento y tampoco entienden de relojes.





Vete de mí
Fred. - Mondo García



Me pasó a buscar por el conservatorio, la ví a lo lejos acercarse, con su camperita negra de panna y con su capucha.
Cruzamos la avenida y tomamos el colectivo. En el viaje no hablamos nada, de hecho conseguimos asientos separados y no nos preocupamos mucho por conseguir uno juntos.
Cuando llegamos a casa todavía no habíamos cruzado palabra. Le pregunté si había comido y me dijo que sí. Entonces me puse a calentar una carne al horno con papas para mí.
Ni siquiera puse música, así que todo lo que se escuchaba eran las gotas de lluvia desgarrándose contra el techo.
Mientras yo comía ella me miraba inmóvil con sus ojos grandes y de vez en cuando se llevaba la mano derecha a la boca y se comía las uñas. Antes la hubiese retado por eso, pero no le dije nada.
Cuando terminé de cenar, y de levantar la mesa, y de lavar los platos, se me acabaron las excusas. Y mientras fumaba le pregunté si ibamos a hablar. Me respondió que no. Aunque le insistí varias veces siguió negándose.
Nos quedamos varios minutos en silencio hasta que le pregunté si se iba a quedar a dormir. Me respondió que no.
No quería ni hablar ni quedarse a dormir, entonces se me ocurrió preguntarle:
"A que viniste Manjula?"
"A verte..." me respondió clavándome una daga en el pecho.

A esa altura yo ya había perdido el control de la situación, y estaba muy cansado, así que le dije que la acompañaba a la parada. Me dijo que sí. El único de la noche.
Ya en la parada nos refugiamos bajo el mismo techo que tantas veces nos sirvió de refugio, pero esta vez estaba distinto.
Hacía mucho frío y la lluvia o las lágrimas caían de costado y nos mojaban la cara. Cuando de pronto ella se dispuso a hablar:
Manju: "Lo que te quería decir es que no me banco más esta no-relación."
Yo: "Yo sabía que iba a pasar en algún momento."
Manju: "Yo no."
Yo: "Te juro que hice todo lo posible por tratar de construir una relación normal. No puedo."
Manju: "Ponete media pila porque así te vas a quedar solo."
Yo: "Lo sé y me da miedo eso."

Ambos sabíamos que cuando llegara el 134, todo habría terminado, y eso en cierto punto me daba mucha pena, por el amor que no pudo ser.
Hice un par de chistes para aliviar la situación y ella se río como siempre; cuando a lo lejos se vió el gigante color rojo que venía a separarnos tal vez para siempre.
Paró el colectivo como tantas otras veces y mientras chillaban los frenos ella me abrazó y me dió un beso en la boca a modo de despedida. Y asi se fué.
Empecé a caminar de regreso a casa pero voltée la cabeza para verla una vez más, y así desaparació en la avenida, con su camperita negra de panna. Y así volví caminando bajo la lluvia y me llovió hasta el alma.

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6.3.11



NEGRO EL 10

Empieza por no ser. Por ser no.
El caos es negro. Como negra es la nada.
Nace la claridad, su gallo friza el cielo, se esponjan los colores/vanidosos.
Pero el negro se ahínca primigenio. Toda luz se abisma en el carbón, en el basalto.
Para mejor lanzarnos al asalto del día. (Goya pudo decirlo).

Socavón en la sangre, en la memoria, el negro sube a la palabra, es la tormenta rabiosa de los odios, los celos: Othello el blackamor, el moro negro para lívido Yago. Siempre.
Padre profundo, pez abismal de los orígenes, retorno a qué comienzo. Estigia contra el sol y sus espejos, término de los cambios, última estela delas mutaciones, palabra del silencio.
Su palacio nocturno: el sueño, el parpado
sedosa guillotina del diverso pavorreal para que sólo las similitudes desplieguen los tapices del morado, de púrpura y de óxidos, harem del negro, esperma de los sueños.

Se diría que le gusta que los aplanen, lo espabilen, lo tiendan en las lisas superficies, como se hace aquí. Se diría que ama el trampolín desde donde saltan los colores, su callado sostén.

Todo es más contra el negro,
todo es menos cuando falta.

Cedes a esta metamorfosis que una mano enamorada cumple en ti, te llenas de ritmos, hendiduras, te vuelves tablero, reloj de luna, muralla de aspilleras abiertas a lo que acecha siempre del otro lado, máquina de contar cifras fuera de las cifras, astrolabio para tierras nunca abordadas, mar petrificado en el que resbala el pez de la mirada, caballo negro de las pesadillas, hacha del sacrificio, tinta de la palabra escrita, pulmón del que diseña, serigrafía de la noche, negro el diez:
ruleta de la muerte,
que se juega viviendo.

Tu sombra espera tras de toda luz.


Julio Cortázar



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31.12.10

Último del año






Todo lo que se haga en el día de hoy llevará implícita la marca "última" como un tatuaje, como si se acabara el mundo en unas horas y renaciera mañana.
Aún siendo algo cíclico no nos acostumbramos a la periodicidad anual y festejamos su final. A pesar que disimulemos, nos encontramos haciendo algún que otro análisis y nos ponemos un poquito melancólicos.
Ahí va un acotado resumen de las tres cosas que me hicieron feliz este año y algunas que me hicieron querer desaparecer. Que quede como recordatorio. En tan solo doce meses estaré escribiendo algo similar, porque... aún siendo algo cíclico no nos acostumbramos a la periodicidad anual. He dicho.


Felicidad (+):

1- Haber recorrido parte de Europa; toda la experiencia en sí y la gente adorable que conocí.
2- Los recitales que tanto esperé, hechos realidad: PIXIES, Pavement, Smashing Pumpkins...
3- La noticia de mi sobrino del futuro que estará respirando este aire contaminado en tan solo dos semanas.


Anti-felicidad (-):

1- El estado de salud de mi madre, su depresión y todo lo que conlleva.
2- El otro viaje, el indeseable y para nada recomendable.
3- Los resultados de mis exámenes en el último cuatrimestre.

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29.12.10

Transmisión con interferencia













Es como decir "te amo" sin pronunciarlo. Abrazar algo más que un deseo incumplido.




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18.12.10

Les Amants Réguliers

Una hermosa manera de explorar terrenos inciertos, en un clima de desamor y oscuridad. Y todo esto, en menos de sesenta segundos.

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6.12.10


Solemos hablar con curiosidad sobre la "muerte" tal vez por el miedo de no saber qué hay más allá (o más acá) del cuerpo, de la vida o de nuestra propia historia. Intentamos imaginar el futuro: cómo reaccionaremos en una circunstancia tal, cómo será, ¿se sufrirá?, cuándo pasará. Y nunca falta la frase que resuena hasta con eco en la mente: "mejor no pensar". Mejor. No.


Es vulgar hablar de la muerte. Está mejor visto apoderarse de ella, cantarle a los gritos, simular que no nos preocupa. Situarse frente a un espejo y ensayar una risa fuerte, hacerlo dos, tres veces o las que sean necesarias. Nos encanta el misterio de la incertidumbre; seducimos en la oscuridad y caminamos de la mano entre la tiniebla. Nos besamos en el cementerio y nos perdemos en el bosque una noche de invierno. De más pequeños jugábamos a las escondidas entre las bóvedas abandondas, esqueletos de edificios con flores disecadas. En la piscina resulta fácil fingir que estamos ahogados. Flotar. Entregarnos al vaivén del agua. Respiramos profundamente y aguantamos morados sin contar hasta cien. Sin siquiera contar. Sin.


El decorado de la muerte atrapa, pero es otro el escenario que preocupa verdaderamente: el miedo por la presencia que daña y sus consecuencias. Ése presente tan incierto que no nos permite avanzar, que formula a cada paso un puñado de preguntas sin respuestas. Sentirse obligada a prescindir de voces, palabras, anhelos, sonrisas, costumbres inventadas y compartidas. Parte de la rutina que se rompe en mil pedazos y que es imposible volver a unir; una pérdida para siempre, para la eternidad. Como la muerte, sí, pero peor, porque aún late.

Es la ausencia en vida lo que tanto asusta.


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